Defensa central surgido en fuerzas básicas del equipo rojo, debutó en 1ra en el Prode 85 afianzandose en el equipo titular en 1987; en 1991 pasó a Veracruz y posteriormente al Necaxa.
Jugaría dos liguillas con los Diablos Rojos y resultaría campeón de la Copa México en la temporada 88-89 al vencer a los Leones Negros en la final.
Foto: Temporada 1988-1989
Le decían el 'Picas'...
No era un jugador exquisito con el balón ¡Vamos! Ni siquiera podemos considerarlo un dechado de virtudes. Era un futbolista todo pundonor, que jugaba con reciedumbre, pero que en ocasiones rayaba entre el futbol recio, de honor, en donde meter fuerte la pierna es algo necesario y el futbol sucio, aquel que rompía con todas las reglas.
Octavio Becerril nació el 31 de marzo de 1964 en la Ciudad de México, inició su carrera en el Toluca para jugar más tarde en Veracruz y terminar en Necaxa, en donde sin lugar a dudas tuvo sus mejores temporadas, logrando con la institución tres títulos de liga.
Considerado como uno de los símbolos necaxistas, con su 1.81 metros de estatura y sus apenas 68 kilos, Octavio suplía su aparente fragilidad con el anticipo y con algunas otras virtudes. Becerril fue amonestado 24 ocasiones a lo largo de su carrera y expulsado en más de una decena de oportunidades y aunque era temperamental y solía hablar fuerte a los adversarios tratando de provocarlos, a Octavio se le recuerda sobre todo por una maña que arrastraba desde el polvo sagrado del llano.
Acostumbraba llevar escondido entre su ropa uno o varios alfileres y en el momento justo, cuando nadie lo veía, sacaba su arma punzante y sin chistar, lo clavaba en el glúteo de aquel delantero al que le tocaba marcar. El rival, ante el sorpresivo ataque, pegaba un salto y perdía el control de la situación y aunque reclamaba al árbitro en turno, Becerril juraba y perjuraba su inocencia y como no había prueba alguna, pues el arma había sido arrojada ya al pasto, pues simplemente no había delito que perseguir.
Su actitud, provocó el nacimiento de su mote bien ganado el “Picas”.
En una ocasión cuando jugaba para el Toluca, le tocó marcar a Ricardo Pelaez. El “Picas” hizo de las suyas, le enterró arteramente el alfiler a Ricardo, quien lo persiguió diciéndole mil lindezas y más adelante en otra jugada, frustrado por lo que había pasado, le lanzó un escupitajo al defensa toluqueño. Ante esto, Becerril ni se inmutó, “es cosa de hombres dentro del terreno de juego”, declararía más tarde.
Tiempo después, la vida los pondría en un mismo equipo, ambos jugarían para el Necaxa en la época más gloriosa de esta institución y los dos recordarían por siempre esa anédcota. Antes rivales odiados, ahora grandes amigos.
Obviamente no estamos promoviendo estas u otras artimañas del juego, pero sin lugar a dudas Octavio “Picas” Becerril forma parte del anecdotario del futbol mexicano.
Carlos Calderón
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